NEOLIBERALISMO E IMPERIO

 

PhD. FERNANDO MIRES

mires.fernando5@gmail.com

Universidad de Oldenburg, Alemania.

Chile

DOI: 10.5377/rpdd.v4i1.9387

Recibido: enero, 2017 Aceptado: abril, 2017

 

 

No hay palabra que haya sido usada de un modo tan indiscriminado, y sobre todo, tan reiterado, como la palabra neoliberalismo. Tanto que a veces se tiene la inevitable impresión de que sólo es utilizada como medio retórico para descalificar opiniones divergentes. Pues basta que alguien se atreva a criticar a algún representante de las ideologías estatistas para ser calificado de inmediato como neo-liberal.

En gran medida los llamados anti-neo-liberales recurren a la palabra neoliberalismo de un modo muy parecido a los estalinistas cuando recurrían al concepto de burguesía. Todo aquello que discrepaba respecto al último informe de la URSS era calificado por los comunistas de ayer como una representación de la ideología burguesa.

Lo dicho contrasta con el hecho de que de los ideólogos que se denominan anti- neo- liberales, ninguno ha hecho jamás una crítica seria al llamado neoliberalismo.

 

Pues ¿qué es el neoliberalismo?

Antes que nada es preciso decir que no se trata de un cuerpo doctrinario homogéneo, sino de un conjunto de diversas teorías económicas, muchas veces divergentes. Unas, como las de Friedrich Hayek, Ludwig von Mieses, Carl Menger, se refieren fundamentalmente al significado del Estado en la economía. Las escuelas de Fribourg y Münich (Wilhelm Röpke, Alexander Rüstow), ponen el acento en la generación de los precios y de las ganancias, hasta llegar al monetarismo norteamericano de Milton Friedmann, quien sugiere controlar el área de la producción mediante el manejo de los mecanismos de la circulación de capital.

Así como las teorías económicas de Ricardo, Smith y Marx son hijas de la máquina a vapor, las llamadas teorías neoliberales son hijas de la robotización,  de la computación, y de la digitalización. En gran medida se trata de teorías macroeconómicas reactivas, es decir, de teorías que han surgido como respuesta teórica frente a transformaciones que han tenido lugar en los procesos de producción contemporáneos. Procesos que han incorporado una tecnología extremadamente ahorrativa de fuerza de trabajo, hasta el punto que ha tenido lugar -voy a utilizar por un momento la propia terminología marxista- una alteración de las relaciones entre capital variable y constante donde el factor trabajo propiamente tal se ha convertido en un agregado secundario y no esencial, como ocurría durante el periodo basado en la producción industrial clásica. O para seguir expresándome en jerga marxista: En virtud del desarrollo (cualitativo más que cuantitativo) de las fuerzas productivas han tenido lugar modificaciones radicales al interior de la composición orgánica del capital.

Ahora bien, el uso y abuso indebido del concepto de neoliberalismo, que tanto caracteriza a las elites pro-autócráticas de América Latina -cuyo pensamiento trabaja todavía con las categorías propias a la era de la máquina a vapor- no concuerda en modo alguno con la presencia real de los llamados neoliberales en la gestión económica de los diversos gobiernos. Quien no me crea, tómese la molestia de analizar el currículum de los ministros de finanzas y economía del continente. No hay casi ninguno, quizás ninguno, que pueda ser calificado como neo-liberal. Véanse también los nombres  de los principales profesores de economía en las universidades latinoamericanas. Los así llamados neoliberales, en el sentido verdadero y no ideológico del término, constituyen una minoría absoluta. Analícense las publicaciones de instituciones académicas, económicas y sociológicas.

Casi lo único que es posible encontrar en ellas son enconados ataques al neoliberalismo pero, cosa muy curiosa y sintomática, sin nombrar jamás a un solo neoliberal, como si el neo neoliberalismo no fuesen los neoliberales sino un espíritu maligno que recorre el mundo y que de pronto se apodera de los seres humanos.

En sentido estricto, la contrapartida del liberalismo o del neoliberalismo es el keynesianismo. Los ideólogos del neo-estatismo no se declaran, sin embargo keynesianos. Ellos se declaran socialistas, y socialistas para ellos significa lo que siempre ha significado para todas las doctrinas antidemocráticas de todos los tiempos: el estatismo.

El socialismo ha sido y es una ideología del estatismo político. Si bien no todo estatismo es socialismo, todo socialismo, en cambio, es estatista. Por eso no  ha de sorprender que donde más uso y abuso obtiene la palabra neoliberalismo es  en aquellas naciones en donde desde los respectivos gobiernos se incuban proyectos autocráticos e incluso dictatoriales.

La verdad es que la contradicción entre neoliberalismo y socialismo no existe. Es una simple invención del estatismo antidemocrático de nuestro tiempo cuyo objetivo no es otro que la apropiación del Estado a través de la alianza entre determinadas elites para-estatales y el populismo de masas. El neoliberalismo, independientemente a su existencia real, cumple la función de operar como el polo ideológico negativo que requiere el estatismo para afirmarse a sí mismo. La verdadera contradicción, si elevamos el tema al plano político, es la contradicción de siempre, la misma que ha recorrido a las naciones latinoamericanas desde los momentos de su propia fundación hasta ahora.

 

Esa es la contradicción entre democracia y dictadura.

 A modo de reiteración: la doctrina hegemónica en el pensamiento social latinoamericano no es el neoliberalismo, es el estatismo. No obstante, como ni al interior de los diversos gobiernos ni en las principales instituciones que cobijan al pensamiento macroeconómico es posible encontrar auténticos neoliberales, los sociólogos y economistas autodenominados anti-neoliberales han inventado la fábula relativa a que el neoliberalismo viene de afuera. ¿Desde dónde? Pues, del imperio.

Pero ¿qué es un imperio?  Cualquier  diccionario  define  como  imperio  una nación que practica una política expansiva mediante anexiones territoriales realizadas por ejércitos de ocupación. De ahí que todos los imperios modernos, desde el británico, pasando por el otomano, hasta llegar al último imperio clásico que fue el ruso- soviético, han sido imperios coloniales. En ese sentido, los EE UU si han practicado una política territorial expansiva, ha sido mucho menor que la que ha llevado a cabo naciones muy pequeñas, como por ejemplo Holanda. De tal modo que en la lista de los imperios clásicos, los EE UU están lejos de ocupar el primer lugar.

Para el marxismo post-Marx en cambio, no fue la categoría “imperio”, sino la categoría “imperialismo” la que ocupó un lugar central en sus teorías. Desde Rudolph Hilferding, pasando por Lenin y Rosa Luxemburg, hasta llegar a André Günder Frank y la teoría de la dependencia que tanto éxito tuvo en la América Latina de los setenta, el imperialismo designaba una determinada fase en el desarrollo del capitalismo mundial (la última o la penúltima, no importa aquí). El imperialismo no era una nación en particular sino un sistema económico mundial. En ese punto estaban de acuerdo todos los teóricos de la teoría del imperialismo.

El “genio teórico” que identificó el concepto imperialismo con una sola nación fue, como es sabido, Stalin. En cierto modo la tesis estalinista del “imperialismo   en un sólo país” (EE UU) fue un derivado de la tesis también estalinista aunque radicalmente anti-marxista del “socialismo en un sólo país”.

Stalin fue el primer estadista que habló del “imperialismo norteamericano”. Sin embargo, como toda producción teórica estalinista, sería inútil buscar una teoría coherente detrás de esa designación.

La designación de EE UU como “imperialismo norteamericano” fue una respuesta a la Doctrina Truman (1946), doctrina que cerró el paso del avance militar de la URSS en Europa occidental, en el sudeste asiático después, y en América Latina, con todas las nefastas consecuencias que todos conocemos. El término fue asumido por los partidos comunistas, y después por Castro, Che Guevara, Marulanda, Abigaín Guzmán, y otros benefactores de la humanidad, todos ellos empeñados en aquella locura destinada a convertir América Latina en un nuevo Vietnam.

Mao Tse Tung por su parte, aplicó el término imperialismo a la  propia URSS de los años sesenta. El nuevo concepto “made in China” se llamaba “social imperialismo”.

Según la doctrina de Mao Tse Tung, el “social imperialismo soviético” era el enemigo fundamental de nuestro tiempo -en las palabras de Mao: la contradicción principal- razón por la cual dio señales a USA para detenerlo en conjunto. Kissinger advirtió rápidamente que esa era la oportunidad para salir del pozo en que había caído USA en Vietnam, e intensificó sus contactos con el líder chino. China detuvo así el avance soviético del Vietkong en Vietnam, brutal y genocida operación que no duró más de un mes. A partir de ese momento, el imperio soviético (que eso era) reconoció que había llegado al límite de su expansión territorial y se encerró en sí mismo, hasta que las revoluciones democráticas del Este europeo de fines de los ochenta pusieron fin a tan siniestro capítulo de la historia universal.

Más, a fines del siglo pasado, nuevamente el término “imperio” fue puesto de moda. Una de las razones que explica la reactualización del “imperio” devino de la publicación de un extraño libro llamado precisamente Empire, libro cuyos autores son Michael Hard y Antonio Negri. En ese libro los autores nombrados intentaron reactualizar la teoría marxista leninista del imperialismo. Empire, en ese intento, menos que un imperio era un concepto para designar a la fase de la globalización del capital, fase que seguía a la imperialista, considerada por Lenin como “la fase final”.

El libro Empire fue muy bien recibido por restos ortodoxos de la intelectualidad marxista quienes después de la caída del muro de Berlín no podían entender por  qué el llamado capitalismo, habiendo, según ellos, alcanzado la fase imperialista, en lugar de abrir las compuertas a la llegada del comunismo, había ampliado su radio de acción incorporando a las pujantes economías vietnamitas, camboyanas, y sobre todo, el nuevo motor del capitalismo mundial: China. A la vez, Rusia y sus satélites, particularmente, Bielorusia, se han transformado en las zonas del capitalismo más salvaje que es posible imaginar. Porque al lado del capitalismo mafioso de Putin y Lukazensko, el practicado por la señora Thatcher y por el presidente Reagan era un simple juego de niños.

Ahora ¿qué es el imperio para la ideología autocrática? Lo mismo que el neoliberalismo: Nada, o cualquier cosa, o todo junto a la vez. Porque vano será buscar detrás del concepto “imperio”, no digamos una teoría, sino por lo menos un par de ideas coherentes. Lo único cierto es que “imperio”, así como el “neo-liberalismo”, es todo lo que no está de acuerdo con sus arcaicas doctrinas. El “imperio” ha llegado a ser una fuerza cósmica frente a la cual los ideólogos estatistas imaginan librar una lucha sin cuartel.

En fin de cuentas, el “neoliberalismo y el “imperio” son construcciones ideológicas destinadas a orientar políticamente a determinados círculos políticos. Sirven para justificarlo todo. Luchando contra el “neoliberalismo y el imperio” hasta las dictaduras más terribles del mundo se convierten en virtuosas. En la noche oscura del “imperio” todas las vacas son negras. La satrapía persa, la despotía de Lukazensko, la administración cubana, la satrapía de Corea del Norte, la dictadura de Siria etc. Incluso las FARC han pasado a engrosar los nobles ejércitos del antimperialismo de nuestro tiempo.

El antimperialismo y el neoliberalismo, en la versión de los regímenes autocráticos, ya está en vías de ser lo que fue el “antifascismo” para las “nomenklaturas” del Este europeo. Calificando como fascistas a cada adversario, cualquiera violación a los derechos humanos podía ser justificada. Así como el antifascismo, antes de que fuera convertido en una ideología de poder era una actitud política y moral que llama al respeto y a la admiración, el antiliberalismo y el antimperialismo -ideologías que en el marco determinado por la “guerra fría” tuvieron cierta fundamentación política- han sido transformadas, por las autocracias de nuestro tiempo, en simples ideologías de poder.