EDITORIAL

La inversión internacional y nacional en iniciativas de desarrollo humano ha sido cuantiosa en los últimos treinta años en Honduras, cuestionada por resultados muy limitados, el país sigue enfrentando uno de los más altos niveles de pobreza en América Latina, con altos porcentajes de exclusión, desempleo y polarización social; vulnerable en todos los ámbitos, social, económica, política y ambiental, con muy pocas rutas alternativas a corto y mediano plazo, situación que enfrentan otros países con similares características en el mundo, especialmente en Centroamérica.

En el año 2000, siento ochenta y nueve líderes mundiales se reunieron en la sede de las Naciones Unidas para discutir los problemas graves que aquejan a la humanidad, especialmente derivados de los altos índices de pobreza, exclusión, corrupción, discriminación, narcotráfico, violencia e irrespeto a los derechos humanos. Los ODM guiaron las tareas de desarrollo en todo el mundo durante los últimos 15 años con muy cuestionables resultados en términos de reducción de la pobreza, la desigualdad, la lucha contra la corrupción. Tan sólo ocho personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, 3.600 millones de personas, con pocas posibilidades que se avizore una mejor distribución y canalización de recursos; la mayoría de países enfrentados a altos niveles de pobreza y la situación empeora día a día.

Los mecanismos utilizados para cambiar las condiciones extremas no revierten la situación, en el año 2012 las naciones del mundo acordaron cumplir con 8 Objetivos denominados de Desarrollo del Milenio (ODM), teniendo como marco la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, Río de Janeiro, 2012 (Río+20, espacio que motivó el interés de formular objetivos comunes sobre el medioambiente y otros relacionados con la destrucción del hábitat humano, las condiciones empeoran, las grandes mayorías poblacionales no encuentran respuesta.

Para 2030 las Naciones Unidas esperan que las personas de todo el mundo tengan información y conocimientos pertinentes para el desarrollo sostenible y los estilos de vida en armonía con la naturaleza, cambiando los patrones de producción dañinos para el ambiente y los patrones de consumo países ricos, la destrucción y el desperdicio de los recursos que genera la naturaleza, a cuatro años de este acuerdo, las acciones para modificar patrones destructivos y evitar una catástrofe son muy limitadas.

Si los resultados del cumplimiento de los diecisiete objetivos y las 169 metas presentadas en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, aprobada en septiembre de 2015 siguen la misma tendencia arribando al año 2020,  las  posibilidades de  una pronta mejora de la situación se alargan ante un Estado débil, una economía inestable y la complejidad de una práctica de vida cargada de incertidumbres; el lema “nadie se queda atrás” (inclusión económica, cambio estructural + desarrollo productivo, reducción de brechas productivas y tecnológicas, pleno empleo y de calidad, acceso a activos, bienes y servicios, a la educación, ciencia y tecnología, inclusión social desde el acceso universal a la protección social, aseguramiento     de los derechos humanos, seguridad, igualdad de género, acceso a los bienes públicos, recuperación y ampliación de los espacios públicos, seguridad alimentaria y nutricional, la promoción de un acceso universal a la justicia y la construcción    de instituciones responsables y eficaces, reducir sustancialmente la corrupción y el soborno en todas sus formas), nunca tuvo credibilidad ni claridad en cómo se logrará.

El gran desafío está planteado, Acuerdos Firmados, planes elaborados, de todo eso, promesas incumplidas, ¿Cuál es el mejor camino?, ¿qué medida quedó  sin ser tomada en cuenta?, ¿cuál es el límite?, ¿quién tiene conciencia de esto?

Dra. Margarita Oseguera de Ochoa Coordinadora Doctorado CCSSGD